Me fascina Madrid.
He estado el último fin de semana allí, y siempre me encanta volver. Esta ciudad me tiene embelesada.
Todavía recuerdo en el 84 mi primera visita “a la capital”. ¡Me pareció enorme! Visitamos toda la familia lo típico que se visita, supongo, cuando vas a Madrid y eres un niño/a: Parque de atracciones, Zoológico, Museo de cera, Mc’Donalds (primera y última vez). Recuerdo también que mis padres nos llevaron a mi hermano y a mí a una juguetería cerca de Callao, enorme también (cuando eres niña todo te parece muy grande), me dolía el cuello de mirar hacía arriba de las estanterías, tantísimos juguetes. Un paraíso para un niño o niña. No sabíamos mi hermano y yo qué elegir, al final me compraron la tienda de campaña de pin y pon. Estuve el viaje de vuelta en el tren jugando con ella, y como el tren por aquel entonces tardaba mucho más tiempo que ahora en hacer el viaje, estuve muy entretenida.
He querido volver a esa juguetería, pero ya no existe. Y los sitios que visité entonces, ya no me interesan. Me interesan más sus calles.
Paseando por Madrid soy feliz como una perdiz.
Me decían, ¿a dónde quieres ir? Me da igual, decía yo, con tal de estar en la calle. Y paseando por la calles de Chueca, Malasaña, Sol, me daba cuenta que tenía media sonrisa, feliz, vaya.
Pero nunca viviría en Madrid. Me gusta de visita. Soy de ciudad pequeña.
En Madrid hay mucha gente a todas horas, por todas partes. Todo el mundo corriendo, y yo, que ahora llevo un ritmo menos rápido, me parecía que la gente iba todavía más deprisa.
Tenía muchas ganas de ver una obra de teatro, perdí la cuenta de cuántos teatros vi. Tanto donde elegir, que al final acabé el domingo en un cine en versión original viendo una película iraní. ¡Y me gustó! Fue una grata sorpresa.
Seguiré yendo “a la capital”, para seguir paseando, viendo, disfrutando, esquivando a la gente.